Habitualmente se ha considerado el bronceado como un signo de buena salud, sin embargo la realidad es bien distinta, ya que puede representar un peligro. De hecho, prácticamente cualquier exposición de la piel a la luz ultravioleta (UV) puede resultar perjudicial.
La radiación solar se compone de radiación visible e invisible. La fracción invisible de la luz, está representada por los rayos ultravioleta A (UVA), ultravioleta B (UVB) y ultravioleta C (UVC). Los dos primeros son los causantes de la mayoría de los problemas de piel. Afortunadamente la capa de ozono absorbe gran parte de la radiación UV, protegiéndonos de sus efectos, aunque el adelgazamiento que ha venido experimentando en las últimas décadas ha permitido que aumente la cantidad de radiación que alcanza la tierra, especialmente en las latitudes del norte.
Los rayos UV son más intensos y peligrosos en verano, en las zonas próximas al ecuador, y en las grandes altitudes. Conviene recordar que las nubes no nos protegen de los rayos UV y que la máxima intensidad de la radiación UV se alcanza entre las 11 de la mañana y las 3 de la tarde, por lo que la exposición al sol resulta algo menos perjudicial fuera de esas horas.
La piel protege nuestro cuerpo de la radiación UV. Cuando se produce una exposición prolongada al sol, las células cutáneas productoras de melanina (melanocitos) incrementan la producción de este pigmento, dando lugar a la apariencia bronceada de la piel. La melanina actúa absorbiendo la energía de los rayos UV y evita que éstos penetren más profundamente en los tejidos. Así pues, el bronceado es la respuesta de nuestra piel a la agresión que supone una exposición prolongada a los rayos solares.
La sensibilidad a la luz solar varía según la raza, la exposición previa y el color de la piel, pero todo el mundo es vulnerable en algún grado. Como las personas con piel oscura tienen más melanina, son más resistentes a los efectos negativos del sol. Los albinos carecen de melanina en la piel, por lo que no se broncean y se queman gravemente, incluso con una breve exposición al sol. De hecho, salvo que se protejan adecuadamente del sol, terminan desarrollando cánceres de piel a edad temprana. Las personas con vitíligo tienen zonas de piel sin melanina y, por consiguiente, pueden padecer graves quemaduras.
El efecto inmediato del sol más conocido son las quemaduras solares. Pueden aparecer durante las 24 horas siguientes a una exposición solar intensa. Una quemadura grave puede provocar enrojecimiento, dolor, inflamación, e incluso ampollas. Por su parte, la exposición crónica a la radiación UV puede ocasionar diversos problemas para la piel, entre los que destacan: el cáncer y el envejecimiento. Las radiaciones UV son responsables del 67% de los melanomas que se desarrollan y de la mayoría de los otros tumores cutáneos (carcinoma basocelular y escamoso). Estos cánceres suelen desarrollarse en las zonas del cuerpo expuestas al sol: cara, cuello, orejas, manos y antebrazos. Por otra parte, la luz solar acelera el envejecimiento de la piel, disminuye la textura y la elasticidad de la piel y provoca la aparición de arrugas y manchas cutáneas. Este envejecimiento precoz de la piel puede observarse en las personas que trabajan habitualmente al aire libre, como los agricultores.
La radiación UV puede dañar la piel mediante diversos mecanismos, entre los que cabe destacar: lesión de los vasos, generación de radicales libres, daño de la estructura del ADN (lo que puede dar lugar a mutaciones en las células y a la aparición de cáncer) y alteración del sistema inmune, disminuyendo la respuesta antitumoral. Entre ellos, el daño oxidativo inducido por los radicales libres representa la principal causa del envejecimiento de la piel y está favorecido por las radiaciones UV. Para combatirlo, la piel cuenta con antioxidantes naturales que la protegen. Se considera que cuando se produce una descompensación entre la generación de radicales libres y los mecanismos antioxidantes se favorece el envejecimiento de la piel y la aparición de tumores. Para ayudar a nuestro cuerpo, podemos tomar alimentos ricos en antioxidantes (sandía, vegetales de hojas verdes, frutos rojos, tomate, té verde, pescado azul, almendras, chocolate negro, etc). Además, la aplicación tópica de cremas con productos antioxidantes puede mejorar la capacidad antioxidante de la piel y disminuir el daño causado por la radiación UV sobre la piel.
En cualquier caso, conviene insistir en que la mejor manera de prevenir estos problemas es evitar la exposición de la piel a la luz solar, y si esto no es posible, deberían utilizarse cremas protectoras para disminuir los efectos nocivos de la radiación UV. Para que estas cremas sean seguras, deben contener alguna de las 28 sustancias reconocidas en la Unión Europea por su capacidad para actuar de filtros solares, como es el caso de los aminobenzoatos, benzofenonas, cinamatos, salicilatos, óxido de zinc, etc.
Inmaculada Canterla Benito
18 de julio de 2014